martes, 29 de diciembre de 2009

La visita de Julia

Sobre las visitas a casa no debo mayores referencias a menos que recuerde las visitas de Julia; solo así las historias y los sentimientos generarían eternos encontrones con mi cabeza conmovida. Tíos lejanos que rememoran viejas experiencias, abuelas que deben justificar su existencia siendo visitantes agasajadas con presteza, o amigos que con unas cuantas cervezas sueltan las vivencias de infancia, ésas que se degeneran por el tiempo guardado en la memoria sin naftalina y por el extremo alcohol que son infaltables en las visitas a la casa.


Las visitas de Julia tienen una composición distinta a las demás, que implican destruir la composición de todo lo escrito en mi hogar y lo que me concierne en lo personal. Son situaciones que me obligan a tener mi cuarto tan pulcro y aceptable que, para cuando ella entre, se deslumbre por el cuidado extremo y me lance alguna que otra frase con ciertos tonos devastadores: “eres un lindo chico, distinto a los demás”, y me llegue a dar esos besos que duran varios segundos, de ésos que te dejan la mejilla con algo de fluido y que intentas tocar con tu lengua. Cosas de niños. Cosas de Julia.

Así que las apariciones espontáneas y significativas no eran sólo eso. Era el inicio de un ritual mágico, una cadena de momentos sacros que cambiaban mi comportamiento en segundos y lograban distanciarme de mi realidad material y sobrevivir de pequeñas subjetividades, de trozos sentimentales que se formaban en todo el año que no la veía; esperando con taciturnidad gris, con destrozos nocturnos que ella apareciera.

Y es que uno nunca sabía cuándo vendría Julia con los tíos que eran sus padres que eran primos de mi madre –a pesar de los cientos de calendarios solares y probabilidades científicas que había elaborado-. Lo que sí sabía es que el ambiente se llenaba de dulce aroma, la piel se me crispaba todita, se me remecía el cuerpo sin saber por qué. No perdía tiempo y subía corriendo a arreglar mi cuarto, a sacarle el polvo, a colocar algunas rosas alrededor de la cama, pues esta visita sería distinta a las demás. Me ponía mis mejores ropas, esta vez camisa, y trataba de no peinarme mucho, no ser tan chico esta vez. Y llegaba.

(Continua)

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