Hoy soñé nuevamente contigo, pero también me ahorcaban varias veces. Era un hombre con una máscara que, creo, había visto en alguna película de bajo presupuesto china o en alguna argentina recomendada por un viejo amigo. Te veía danzar a lo lejos, incitándome a los celos, al deseo; pero siempre lejos. Si quería avanzar retrocedía, y si volteaba aparecía un cordón que, lentamente, iba siendo colocado en mi cuello. Miraba para atrás y estaba esa máscara... y no había tiempo para más.
Como en todo sueño las cosas ocurren de la nada y por nada, casi como en la vida real. Aparecí caminando por las calle, escuchando una vieja rola con pianos divertidos y voces poéticas. Te vi nuevamente ahora conversando con esa gran sonrisa y con los ojos que a veces, sólo a veces, se topa conmigo, moviendo mi mundo. Me acerco, pero esta vez tú me mandas al desvío preguntándome por chicos o viejos dibujos en la pizarra. Te sigo insistiendo y al final me mandas a la mierda. Ahí apareció el de la máscara por segunda vez.
Sería ilógico morir por segunda vez, incluso en un sueño. Me levanté con un miedo terrible y con la noche que aún se mostraba intolerante a la luz. Me volví a echar... ese de la máscara me estresa; pero vale la pena sentir el ahorco y verte por ahí, en las callejuelas de mi imaginaria modorra.
Al final mi vida es parecida: al no tenerte es como si me ahorcaran, me flagelaran, me acuchillaran y me escupiran. Un poco más de lo mismo no cae mal.
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