Te vi sentada ayer bajo luces de neon y miradas deseosas de tenerte de pie. Te vi observando el espectáculo del cielo, el sempiterno olor de la compañía, el estruendoso danzar de tus piesitos al sonar de la música que nos pone en ridículo o nos convierte en masa densa, casi etérea, mierda onírica, casi fantasmal.
Mis ojos no se mueve como el común de los ojos. Buscan unos en especial, que se disparan entre sonidos y luces, entre olores y cuerpo, entre bebidas y humos. Se entrelazan en segundos, nublados por la oscuridad, a veces iluminados por ráfagas de colores que se inmiscuyen en mi búsqueda y en su coincidencia.
Me acerco, te veo, veo tus facciones a través de la oscuridad, su aparente desconformidad con el momento, con el tiempo, con el lugar. Me acerco, te veo, me muero, te siento y revivivo. Me acerco y te vas. Te llevan, conviven en un simbólico acto de diversión aunada con sensualidad mutua. Te veo irte a bailar.... Siempre seré el segundón para ti.
Espero algo más, la veo sentarse de nuevo. Yo le doy en este convencional acto con otras damiselas, mientras ella, sentada en el sillón ve todo alrededor y puedo ver lo que ve al ver sus ojos. Termina el sonido abrupto y comienza otro. Es mi oportunidad, la veo desde lejos y le tomo de la mano, la llevo de a pocos, se deja llevar, la cojo de la cintura, de deja llevar, me dejo llevar:
- ¿Cómo va todo?
- Bien, ¿y tú?
- También... has visto al perro allá afuera
- ¡Sí! Bien bonito ¿no?
- Sí
Y murió la noche. A tomar hasta las 6 de la mañana para borrar mis lentas ganas de hacerte mía.
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