jueves, 24 de diciembre de 2009

Un día igual que los demás

Hoy me levantaré con las mismas pesadillas de siempre, con el mismo malestar que ayer, que ante ayer, que la semana pasada. Arreglaré el cuarto con lentitud ocia, con parsimonio ridícula y veré el cielo gris de mentiras bochornas y de sudores permisibles. Hoy desayunaré lo mismo, sólo, con mi madre pasando de un lado a otro de la sala, yendo y viniendo; con el rostros de mi viejo que se arruga hasta explotar, que se estriñe, que no se contiene. Subiré de vuelta a mi cuarto y escucharé las mismas discusiones de siempre, las mismas réplicas, los mismo insultos. Pondré almohadas en mis oídos, cantará alguna canción fuerte que llegue a mis sentidos para no escuchar... como todos los días.

Tal vez vea un película, escuche un disco sórdido, o escriba un relato malo. Trataré de matar el tiempo con viejos sueños o recuerdos en regalos bien forrados bajo el árbol. Hoy escribiré una canción que olvidaré mañana, una tonada que se repetirá con otra letras y con otras voces. Discutiré, jugaré, pelearé, cantaré, bailaré con mis hermanos y esperaremos que sea de noche par darle sentido a este día.

Veré las luces moverse bajo el fondo oscuro, las imágenes quietas al fondo de la sala, los regalos para los chicos que no se levantarán hasta mañana. El olor de la cena que llega como cualquier otra; los familiares de siempre que se sientan en la sala y conversan sobre política o sobre el carro nuevo o el partido de ayer. Lo de siempre.

Hoy es un día igual a los demás: No tengo sus ojos aún en el bolsillo de mi camisa, aún sigo suspirando por la sonrisa y los movimientos ajenos de alguien que puede estar al otro extremo. Hoy sigo sintiéndome como un melancólico empedernido y con la sonrisa que aparente serenidad y suavidad. Hoy no la tengo y sigue siendo un día como los demás envuelto en y puesto bajo el árbol brillante.

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