miércoles, 22 de septiembre de 2010

22 de se(p)tiembre

Intempestivamente, hoy soñé con Elisa. Su imagen apareció en plena noche ante la necesidad de alguna secuencia para soñar en mi cabeza vacía, oscura e indefinida. Ella, con su cabello geométrico, marcando el límite en su mentón. Cabello negro, negrísimo, azabache, brillante en donde se reflejaba mi gusto por ella. Su tamaño diminuto (recuerdo aquella única vez en los pasillos de una academia céntrica, apilándose para darme el único beso en la mejilla, de tenerla tan cerca con el lunar cerca al labio, de sus ojos remarcados con sombras que atenuaban sus ojos, de sus labios cristal carmesí).

Elisa me gustaba. Fue de esas situaciones extrañas en las que, por un azar cruel de la vida, el sujeto de gusto aparece en la escena sin saber cómo y por qué. La veía siempre entre las primeras carpetas, interponiéndose entre la pizarra, el profesor y mi visión. Yo estaba ahí en todo momento para verla; ella estaba en todo momento dispuesta a mis ojos. Volteba. Mis ojos, haciendo de perseguidor atontado, de un iluso enamorado.

Hasta que esa mañana se sentó en la misma carpeta que la mía, en el extremo opuesto, dejando un vacío que yo quería llenar a punta de puro pulso. Las sensaciones carcomían mis estómago; la espera que nunca espera, pero que igual la esperas. Los caminos de esta vida hicieron el resto: se fue acercando a la llegada de más alumnos, llegando hasta donde yo la veía a cada minuto que duraba la clase de Algebra. Chocando nuestros hombres, sintiéndo sus respiración.

Fue ahí que todo comenzó y terminó. Semanas con su presencia diminuta al lado; el cabello geométrico en mis hombros; las conversaciones tontas, y yo convencido de que podría hacerla mía con el tiempo. Grueso error: el enamorado que aparecía en escena (siempre estuvo ahí, sentado en las carpetas delanteras. Talvez no quise verlo; eso, no quise). Se alejó, y todo siguió con holas y chaus. La tuve que seguir viendo desde lejos. Volvió a la lejanía de la vanguardia, con el enamorado al lado.
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Pero yo la seguí viendo espontáneamente (hasta hoy vale decir), cuando ingresó a la misma universidad que yo, cuando coincidíamos por los pasillos de la Villarreal, siempre con su cabello diagramado, un poco más flaca y embutida en un buzo de profesora de inicial, pero con el lunar, los labios y los ojos... y sus eternas disyuntivas de nunca decirme hola, de nunca más mirarme a los ojos.

Una mañana, mi cachimba presencia de cruzó con ella. No explotó mi corazón, pero me alegró verla nuevamente: estaba tal y como la recordaba. Elisa. Me quedo viéndola. Como presencia invisible ella pasa por mi lado sin mirarme, sin mover los labios cristal carmesí. Ahí terminó, la seguí viendo andar. Yo la recuerdo, la reconozco. No sé si ella lo hará.
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Y no sé por qué hoy soñé con Elisa. Me gusta ese nombre.

1 comentario:

J. Gamaliel dijo...

Que entrada! Eso también me pasó, me pasa y no sé si me seguirá pasando. Ojalá que no.
Saludos!