En uno de mis nocturnos viajes colgantes en la movilidad de la baja policía, me crucé con una policía de verdad. Tenía el cabello corto y los ojos de almendra sin nada que infringa la ley. Sonrisa que no puede ser autoritaria ni que dé miedo, temor. Estaba infundida en un traje policial que la apretaba toda y que me me obligó a salir volando del vehículo.
Recogía un tanto de recuerdos desechados cuando se acercó con la sonrisa que se aprieta bajo el casco de la policía de tránsito, hablando con José, el chofer del vehículo de la Baja Policía, haciéndola sonreír. Fue ahí que me percaté de su sonrisa perfecta, de sus ojos almendras. Me acerqué de a poquitos, tirando los recuerdos desechados en el gran vehículo recolector. Hablaban de velocidad alta y que diera el ejemplo por trabajar en la municipalidad. José asentía a todo y yo era pura baba.
Al termino de su labor, la Tomba subió a su moto con movimientos sensuales y fuertes, casi disciplinarios. Volteó para vernos y yo seguí siendo todo bobo. Antes de arrancar me miró y se fue, con la moto, con sonrisa, con todo. En eso sentí un golpe en la cabeza, era José que me dijo: ni la mires mucho que casi nos pone papeleta.
Y me mandó a seguir buscando trastos que llevar.
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