lunes, 30 de agosto de 2010

Te olvido (segunda parte)

No llegó a cambiar su corazón. Algunas semanas después Ramón intentaba coger cada cosa nueva e introducirla en su mente para distraerse de los recuerdos que aún volaban por su mente descompuesta. Las clases habían iniciado con su cabeza dando tumbos, esquivando frescas vivencias, leyendo sin encontrarle sentido a las líneas, escribiendo cada vez más lúgubre e incoloro. Pasaba por los pasillos de la universidad hecho un manojo de temor, esperando no encontrarse nuevamente con la escena que cambió su mundo. Casi corría por pasillos que jamás había transitado en toda su vida académica, sin mirar a los lados, evadiendo saludos de compañeros y conocidos, olvidándose del resto, teniendo como único punto de llegada su aula, su refugio, he incrustarse ahí.

Fueron semanas difíciles. No solo era lidiar con los recuerdos que su cabeza se empecinaba en mostrarle cada segundo; sino también estaba el peligro latente de verla de la mano con su nueva pareja en algún rincón de la universidad… o peor aún, cruzarse con ella o con los dos. Eran situaciones latentes que Ramón esperaba a cada paso calculado que lo separaba de la puerta universitaria hasta su aula.

Con quienes sí se topaba era con los amigos de Leticia. Hasta esos encuentros esporádicos rebalsaban pequeñas heridas de su carcomida alma. Muchas veces se preguntó si la ley de Murphy era real: De las tantas ocasiones –o posibilidades- que se presentaron, ninguna apareció Leticia de forma física para crear un epítome del infortunio. Por momentos recrudecía la idea de que ella también lo evadía y que utilizaba la misma fórmula: puerta de la universidad + velocidad = escondite en el aula. Pero aceptó que esas locas prácticas solo podían ser realizadas por un corazón destrozado como el suyo.

Ese tipo de pensamientos eran los que invadían su cabeza desordenada en esos primeros días de clases, y se transmitían directamente en su estado de ánimo. Era demasiado llamativo ver una mancha oscura con pequeños detalles grises y azules sentada en alguna carpeta universitaria. La cabeza pegada en el pupitre, el cuaderno cerrado, o escrito con garabatos, con poemas de desamor y tenebrosa soledad. Los ojos parecían caerse, la mueca ya no tenía como sobrevivir en ese rostro exánime. Ramón no quería estar ahí, no quería existir sintiéndose tan de cerca la presencia de Leticia; la imaginaba apoyada en el lejano balcón entre arrumacos y coqueteos que antes le pertenecieron, que desde siempre fueron para él. Quería largarse, pero el tiempo, cruel con todos, no le daría un minuto, ni siquiera un segundo, de tranquilidad.

Llenó su pobre corazón con películas raras, con canciones tristes, con poemas repletos con palabras como adiós, olvido, regreso… Había suspiros en medio de cada conversación que tenía; su mirada, siempre ida, no miraba directo a los ojos, tal vez viendo uno de esos tantos recuerdos que se evocaban sin querer en su cabeza, sin rechazos.

CONTINUARÁ...

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